LA ESTRATEGIA QUE HIZO INVENCIBLE A MUHAMMAD ALÍ

LA ESTRATEGIA QUE HIZO INVENCIBLE A MUHAMMAD ALÍ

La muerte de Muhammad Alí me ha llevado a la trastienda de uno de los combates de boxeo más importantes de la Historia: su cuerpo a cuerpo con George Foreman en Kinshasa, Zaire (actual RD Congo) en 1974.

La imagen personal que proyectaron los dos hombres jugó un papel decisivo en el resultado final de este combate que, aparentemente, iba a enfrentar a dos púgiles negros en la tierra de sus antepasados. Digo “aparentemente” porque, hasta que Foreman pisó Kinshasa, la mayoría de los congoleños esperaba a un hombre blanco. Pensaban que no era negro porque, después de escuchar por la radio que siempre vestía con tejanos, se habían imaginado que era un cowboy. Y lo identificaban con un hombre blanco.

Muhammad Alí ya gozaba de una gran reputación en toda África. Ya era un ídolo. Aún así, ¿por qué los congoleños no apoyaron a su rival, cuando era el campeón del mundo?  Foreman no lo entendía y se quejaba ante la prensa: “Sé que quieren a Alí, pero no entiendo tanta hostilidad hacia mí. ¡Incluso soy más negro que él!”, decía.

La respuesta está en la imagen que cada uno de ellos proyectaba de sí mismo. Mientras uno se llamaba Muhammad Alí, un nombre común en África, el otro se llamaba  George Foreman, un nombre que sonaba a extranjero, en concreto, a alemán. Mientras uno vestía camisa y pantalón de tela –vestimenta muy habitual en los núcleos urbanos de los países africanos recién independizados-, el otro vestía vaqueros de arriba abajo, sombrero incluido. Mientras Alí se mostraba cercano, gracioso y accesible, Foreman era reservado, serio y callado.

Pero, si hubo un error catastrófico que machacó la imagen de Foreman fue el momento en que llegó a Kinshasa. El boxeador bajo de su avión sosteniendo con firmeza por la correa a su perro. Era un pastor alemán. El mismo perro que los colonizadores belgas usaban para perseguir y atemorizar a la población local. Foreman no se separó de él durante su estancia en Kinshasa. Incluso ofrecía las ruedas de prensa con él al lado.

Llegó el día del combate. En el descanso después del primer asalto, durante unos segundos, se pudo ver la desesperación en el rostro de Muhammad Alí. Se dio cuenta de que Foreman era mucho más fuerte que él. Necesitaba ayuda. Así que miró al público, levantó los brazos y, como un resorte, cien mil personas bramaron en el estadio el mensaje que llevaban días coreando por las calles contra Foreman: “¡Alí, bomaye!” (“¡Alí, mátalo!”).

George Foreman, campeón mundial, amable, respetuoso, tímido y de verbo escaso pero intenso, quedó tendido en la lona en el octavo asalto. Su error fue creer que le bastaba con ser el mejor boxeador del mundo.