SOLO ANTE EL PELIGRO
SOLO ANTE EL PELIGRO
Escribo este post en respuesta a mi amiga A., una ejecutiva de mucho éxito que se pone enferma con tan sólo pensar que se acercan las navidades y tendrá que pronunciar el tradicional discurso de empresa que marca la fecha.
Me pide soluciones a esa desazón que le produce hablar en público. Más bien, me pide que le explique a qué se debe esa sensación de desasosiego que le produce pensar en el evento incluso un mes antes.
Los síntomas pueden exteriorizarse de muchas maneras: manos sudorosas, mejillas incontrolablemente sonrosadas, boca pastosa, saliva atascada en la garganta… E internamente, una sensación de tripas fuera de control aderezada con una angustia que sólo puede ser aliviada largándose urgentemente del escenario, apartándose lo más lejos posible de las múltiples miradas ajenas.
Sí, tiene una explicación. Cada vez que hablamos en público nuestra mente se «desdobla» en dos procesos mentales paralelos: uno de ellos se centra en nuestro discurso; el otro, en detectar y reflexionar quiénes, cómo y por qué nos están juzgando. Y todo eso en tiempo real. Parece increíble, pero lo cierto es que, si nos ponemos en situación, todos lo hemos experimentado desde que tenemos uso de razón.
La comunicación óptima y satisfactoria para quien habla se produce cuando el proceso del discurso se impone al proceso en el que nos sentimos juzgados. Las manos sudorosas, la voz temblorosa y todos esos síntomas de malestar que experimentamos al hablar en público son una muestra de una lucha: nuestro deseo de comunicarnos contra la sensación de estar siendo juzgados. La buena noticia es que podemos hacer que gane el primero. Querida A., la buena noticia es que se puede solucionar. En el próximo post…